miércoles, 13 de octubre de 2010

El hombre que maltrataba a su mujer



  Mientras que se demoraban en el embarcadero esperando que el barco descargara, los viajeros observaron a un hombre que estaba maltratando a su mujer. Como era su costumbre, Jesús intervino a favor de la persona agredida. Se acercó por detrás del marido enfurecido, y dándole una suave palmadita en el hombro, le dijo:


«Amigo mío, ¿puedo hablar contigo a solas un momento?» El hombre irritado se quedó desconcertado por esta intervención, y después de un momento de vacilación embarazosa, balbuceó: «¿Eh...por qué...sí, ¿qué quieres de mí?» Jesús lo llevó aparte y le dijo: «Amigo mío, supongo que ha debido sucederte algo terrible; tengo muchísimo deseo de que me cuentes qué le ha podido suceder a un hombre fuerte como tú para inducirle a atacar a su mujer, la madre de sus hijos, y además aquí a la vista de todo el mundo.


Estoy seguro de que tienes la sensación de poseer alguna buena razón para esta agresión. ¿Qué ha hecho tu mujer para merecer un trato semejante por parte de su marido? Al observarte, creo discernir en tu rostro el amor por la justicia, si no el deseo de mostrar misericordia. Me aventuro a decir que, si me encontraras a un lado del camino, atacado por unos ladrones, te abalanzarías sin titubeos para socorrerme.
Me atrevo a decir que has realizado muchas de estas acciones valientes en el transcurso de tu vida. Ahora, amigo mío, dime de qué se trata. ¿Ha hecho tu mujer algo malo, o has perdido tontamente la cabeza y la has agredido sin reflexionar?» El corazón de este hombre se sintió conmovido, no tanto por las palabras de Jesús como por la mirada bondadosa y la simpática sonrisa que éste le ofreció al concluir sus observaciones. El hombre dijo:


 «Veo que eres un sacerdote de los cínicos, y te agradezco que me hayas refrenado. Mi mujer no ha hecho nada realmente malo; es una buena mujer, pero me irrita por la manera que tiene de buscar camorra en público, y pierdo mi sangre fría. Lamento mi falta de autocontrol y prometo tratar de vivir de acuerdo con la antigua promesa que le hice a uno de tus hermanos, que me enseñó el mejor camino hace muchos años. Te lo prometo.»


  Entonces, al decirle adiós, Jesús añadió: «Hermano mío, recuerda siempre que el hombre no tiene ninguna autoridad legítima sobre la mujer, a menos que la mujer le haya dado de buena gana y voluntariamente esa autoridad. Tu esposa se ha comprometido a atravesar la vida contigo, a ayudarte en las luchas que comporta y a asumir la mayor parte de la carga consistente en dar a luz y criar a tus hijos; a cambio de este servicio especial, es simplemente equitativo que reciba de ti esa protección especial que el hombre puede dar a la mujer como a la compañera que tiene que llevar dentro de sí, dar a luz y alimentar a los hijos. La consideración y los cuidados afectuosos que un hombre está dispuesto a conceder a su esposa y a sus hijos, indican la medida en que ese hombre ha alcanzado los niveles superiores de la conciencia espiritual y creativa. ¿No sabes que los hombres y las mujeres están asociados con Dios, en el sentido de que cooperan para crear seres que crecen hasta poseer el potencial de almas inmortales? El Padre que está en los cielos trata como a un igual al Espíritu Madre de los hijos del universo.


Es parecerse a Dios compartir tu vida y todo lo relacionado con ella en términos de igualdad con la compañera y madre que comparte contigo tan plenamente esa experiencia divina de reproduciros en las vidas de vuestros hijos. Si puedes amar a tus hijos como Dios te ama a ti, amarás y apreciarás a tu esposa como el Padre que está en los cielos honra y exalta al Espíritu Infinito, la madre de todos los hijos espirituales de un vasto universo».
 
Al subir a bordo del barco, se volvieron para contemplar la escena de la pareja que, con lágrimas en los ojos, permanecía abrazada en silencio. Habiendo oído la última parte del mensaje de Jesús a aquel hombre, Gonod se pasó todo el día meditando en el tema, y decidió reorganizar su hogar cuando regresara a la India.

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