miércoles, 20 de octubre de 2010

La idolatría




1600.2) 142:4.1 Flavio, el judío griego, era un prosélito sin acceso al templo, pues no había sido circuncidado ni bautizado. Como apreciaba mucho la belleza en el arte y la escultura, la casa que ocupaba durante su estancia en Jerusalén era un hermoso edificio. Este hogar estaba exquisitamente adornado con tesoros inapreciables que había rebuscado aquí y allá en sus viajes por el mundo. Cuando pensó por primera vez en invitar a Jesús a su casa, temía que el Maestro pudiera ofenderse al ver aquellas pretendidas imágenes. Pero cuando Jesús entró en la casa, Flavio se quedó agradablemente sorprendido ya que, en lugar de reprenderle por tener aquellos objetos supuestamente idólatras esparcidos por toda la casa, manifestó un gran interés por toda la colección, y mostró su aprecio haciendo muchas preguntas sobre cada objeto, mientras que Flavio lo acompañaba de una habitación a otra, mostrándole sus estatuas favoritas.

(1600.3) 142:4.2 El Maestro vio que su anfitrión estaba aturdido por su actitud favorable hacia el arte; por consiguiente, cuando terminaron de examinar toda la colección, Jesús dijo: «Puesto que sabes apreciar la belleza de las cosas creadas por mi Padre y modeladas por las manos artísticas del hombre, ¿por qué esperabas recibir una reprimenda? Porque Moisés intentó en otra época combatir la idolatría y la adoración de los falsos dioses, ¿por qué todos los hombres han de rechazar la reproducción de la gracia y de la belleza? Te digo, Flavio, que los hijos de Moisés lo han comprendido mal, y ahora convierten en falsos dioses hasta sus prohibiciones de las imágenes y de los retratos de las cosas del cielo y de la tierra. Pero, aunque Moisés enseñara estas restricciones a las mentes ignorantes de aquellos tiempos, ¿qué tienen que ver con nuestra época, en la que el Padre que está en los cielos es revelado como el Soberano Espiritual universal por encima de todo? Flavio, te aseguro que en el reino venidero ya no continuarán enseñando ‘No adoréis esto y no adoréis aquello`; ya no se ocuparán de ordenar que os abstengáis de esto y que tengáis cuidado de no hacer aquello, sino que todos se ocuparán más bien de un solo deber supremo. Y este deber de los hombres está expresado en dos grandes privilegios: la adoración sincera del Creador infinito, el Padre Paradisiaco, y el servicio amoroso otorgado a nuestros semejantes. Si amas a tu prójimo como a ti mismo, sabes realmente que eres un hijo de Dios.

(1600.4) 142:4.3 «En una época en que mi Padre no era bien comprendido, las tentativas de Moisés por oponerse a la idolatría estaban justificadas, pero en la era por venir, el Padre habrá sido revelado en la vida del Hijo; y esta nueva revelación de Dios hará que sea perpetuamente inútil confundir al Padre Creador con los ídolos de piedra o las imágenes de oro y plata. En lo sucesivo, los hombres inteligentes podrán disfrutar de los tesoros del arte, sin confundir esta apreciación material de la belleza con la adoración y el servicio del Padre Paradisiaco, el Dios de todas las cosas y de todos los seres.»

(1600.5) 142:4.4 Flavio creyó todo lo que Jesús le enseñó. Al día siguiente se dirigió a Betania más allá del Jordán y fue bautizado por los discípulos de Juan. Hizo esto porque los apóstoles de Jesús aún no bautizaban a los creyentes. Cuando Flavio regresó a Jerusalén, dio una gran fiesta para Jesús e invitó a sesenta de sus amigos. Muchos de estos convidados también se hicieron creyentes en el mensaje del reino venidero.

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